domingo, 8 de mayo de 2011

Cantos de Maldoror


He venido a ti para retirarte del abismo. Los que se dicen amigos tuyos te miran, consternados, cada vez que te encuentran, pálido y encorvado, en los teatros, en las iglesias, o apretando con tus dos vigorosos muslos ese caballo que no galopa más que de noche, montado por su jinete fantasma, envuelto en un largo abrigo negro. Abandona esos pensamientos que vuelven tu corazón vacío como un desierto; son más ardientes que el fuego. Tu espíritu está tan enfermo que ni siquiera te das cuenta y crees que ése es su estado natural, cuando salen de tu boca palabras sin sentido, aunque llenas de una diabólica grandeza. ¡Desgraciado! ¿Qué has dicho desde el día de tu nacimiento? ¡Oh, triste resto de una inteligencia inmortal, con tanto amor creada por Dios! ¡No has engendrado más que maldiciones, más espantosas que la visión de hambrientas panteras! ¡Preferiría tener mis párpados pegados, un cuerpo sin piernas y brazos, haber asesinado a un hombre, antes que ser tú! Porque te odio. ¿Por qué tener ese carácter que me asombra? ¿Con qué derecho vienes tú a esta tierra para burlarte de quienes la habitan, ruina podrida bamboleada por el escepticismo? Si no estás a gusto, vuelve de las esferas de donde vienes. Un habitante de las ciudades no debe residir en los pueblos, semejante a un extranjero. Sabemos que en los espacios existen esferas más amplias que la nuestra, con espíritus de una inteligencia que ni tan siquiera podemos concebir. ¡Pues bien! ¡Vete!... ¡retírate de este suelo móvil! ¡muestra al fin tu esencia divina, que hasta ahora has escondido; ¡y dirige cuanto antes tu vuelo ascendente hacia esa esfera que nosotros no envidiamos en absoluto, orgulloso como eres! Pues no he conseguido reconocer si eres un hombre o más que un hombre.

I. Ducasse

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