miércoles, 27 de abril de 2011

Sartre et Camus


La comidilla de París aquel verano fue el altercado público entre Sartre y Camus. En su libro El hombre rebelde, Camus denunciaba el totalitarismo estalinista y atacaba de forma encubierta a Sartre por simpatizar con él. Según Camus, el rebelde tiene una mente independiente, mientras que el revolucionario es una personalidad autoritaria que invariablemente racionaliza los asesinatos. Camus sostenía que esa violencia es siempre injustificable, incluso como instrumento para llegar a un fin. (...) Camus estaba harto de que los intelectuales de sillón le dijeran cómo debía pensar, dijo. En su opinión, al abrazar el estalinismo, Sartré había aceptado el servilismo y la sumisión.

H. Rowley

martes, 26 de abril de 2011

Los Detectives Salvajes


Hay una literatura para cuando estás aburrido. Abunda. Hay una literatura para cuando estás calmado. Ésta es la mejor literatura, creo yo. También hay una literatura para cuando estás triste. Y hay una literatura para cuando estás alegre. Hay una literatura para cuando estás avido de conocimiento. Y hay una literatura para cuando estás desesperado. Esta última es la que quisieron hacer Ulises Lima y Belano. Grave error, como se verá a continuación. Tomemos, por ejemplo, un lector medio, un tipo tranquilo culto, de vida más o menos sana, maduro. Un hombre que compra libros y revistas de literatura. Bien, ahí está. Ese hombre puede leer aquello que se escribe para cuando estás sereno, para cuando estás calmado, pero también puede leer cualquier otra clase de literatura, con ojo crítico, sin complicidades absurdas o lamentables, con desapasionamiento. Eso es lo que yo creo. No quiero ofender a nadie. Ahora tomemos al lector desesperado, aquel al que presumiblemente va dirigida la literatura de los desesperados. ¿Qué es lo que ven? Primero: se trata de un lector adolescente o de un adulto inmaduro, acobardado, con los nervios a flor de piel. Es el típico pendejo (perdonen la expresión) que se suicidaba despues de leer el Welther. Segundo: es un lector limitado. ¿Por qué limitado? Elemental, porque no puede leer más que literatura desesperada o para desesperados, tanto monta, monta tanto, un tipo o un egendro incapaz de leerse de un tirón En busca del tiempo perdido, por ejemplo, o La montaña mágica (en mi modesta opinión un paradigma de la literatura tranquila, serena, completa), o, si a eso vamos, Los miserables o Guerra y paz. Creo que he hablado claro, ¿no? Bien, he hablado claro. Así les hablé a ellos, les dije, les advertí, los puse en guardia contra los peligros a que se enfrentaban. Igual que hablarle a una piedra. Otrosí: los lectores desesperados son como las minas de oro de California. ¡Más temprano que tarde se acaban! ¿Por qué? ¡Resulta evidente! No se puede vivir desesperado toda una vida, el cuerpo termina doblegándose, el dolor termina haciéndose insoportable, la lucidez se escapa en grandes chorros fríos. El lector desesperado (más aún el lector de poesía desesperado, ése es insoportable, créanme) acaba por desentenderse de los libros, acaba ineluctiblemente convirtiéndose en desesperado a secas. ¡O se cura! Y entonces, como parte de su proceso de regeneración, vuelve lentamente, como entre algodones, como bajo una lluvia de píldoras tranquilizantes fundidas, vuelve, digo, a una literatura escrita para lectores serenos, reposados, con la mente bien centrada. A eso se le llama (y si nadie le llama así, yo le llamo así) el paso de la adolescencia a la edad adulta. Y con esto no quiero decir que cuando uno se ha convertido en un lector tranquilo ya no lea libros escritos para desesperados. ¡Claro que los lee! Sobre todo si son buenos o pasables o un amigo se los ha recomendado. Pero en el fondo ¡lo aburren! En el fondo esa literatura amargada, llena de armas blancas y de Mesías ahorcados, no consigue penetrarlo hasta el corazón como sí consigue una página serena, una página meditada, una página ¡técnicamente perfecta! Y yo se los dije. Se los advertí. Les señalé la página técnicamente perfecta. Les avisé de los peligros. ¡No agotar un filón! ¡Humildad! ¡Buscar, perderse en tierras desconocidas! ¡Pero con cordada, con migas de pan o guijarros blancos! Sin embargo yo estaba loco, estaba loco por culpa de mis hijas, por culpa de ellos, por culpa de Laura Damián, y no me hicieron caso.

R. Bolaño

jueves, 21 de abril de 2011

Roberto Bolaño



Hablar de Roberto Bolaño es hablar de no hacer concesiones, es hablar de la eterna lucha perdida desde un comienzo y aún así levantarse y atisbar unos golpes en el abismo literario y de la vida. Esta lucha constante también se traduce en una prosa que busca una voz original y que en última instancia es su arma más poderosa.
En su novela Los Detectives Salvajes (1998) parece hablarnos de lo que más conoce, desde donde se siente más comodo, es decir desde una cartografía personal de poesía y literatura, también nos habla de ese horror latinoamericano en el que se adentró y que ahora contempla (y nos contempla, como ese abismo que devuelve la mirada) desde una elaboración, no tanto crítica sino contemplativa y poética, como quien escucha recitar una poesía llena de horror sí, pero también llena de luminosidad, digna del canto más profundo de alguno de sus amados poetas malditos. La podemos considerar una de esas novelas totales, a donde asirnos, una fuente de valentía y dietario bibliográfico, por que Roberto está atento, siempre atento... y en pie de lucha.