viernes, 30 de diciembre de 2011

Como Una Novela


Así se desarrollan nuestras conversaciones, victoria perpetua del lenguaje sobre la opacidad de las cosas, silencios luminosos que expresan más de lo que callan. Vigilantes e informados, no somos víctimas de nuestra época. El mundo entero está en lo que decimos... y enteramente iluminado por lo que callamos. Somos lúcidos. Mejor dicho, poseemos la pasión de la lucidez.
¿De dónde viene, entonces, esta vaga tristeza posconversacional? ¿Este silencio de medianoche, en la casa dueña de nuevo de sí misma? ¿Sólo es la perspectiva de los platos por fregar? Veamos... A unos centenares de metros de aquí -semáforo-, nuestros amigos están atrapados en el mismo silencio que, pasada la borrachera de la lucidez, se apodera de las parejas, de vuelta a casa, en sus coches inmovilizados. Es como un regusto de resaca, el final de una anestesia, una lenta recuperación de la conciencia, el retorno a uno mismo, y la sensación vagamente dolorosa de no reconocernos en lo que hemos dicho. Nosotros no estábamos ahí. Estaba todo el resto, sí, los argumentos eran acertados -y desde esta perspectiva teníamos razón-, pero nosotros no estábamos. Ni la menor duda, otra velada sacrificada a la práctica anestesiante de la lucidez.
Así es como... crees regresar a tu casa, y regresas, en realidad, a ti mismo.

D. Pennac

martes, 27 de diciembre de 2011

El Gran Gatsby Pt. 2


-Yo no le pediría demasiado -me atreví a decirle-. No podemos repetir el pasado.
-¿No podemos repetir el pasado? -exclamó, incrédulo-. ¡Claro que podemos!
Miró a todas partes, frenético, como si el pasado se escondiera entre las sombras de la casa, casi al alcance de la mano.
-Voy a devolver cada cosa a su sitio, tal como estaba antes -dijo, y asintió con la cabeza, muy decidido-. Daisy lo verá.
Habló mucho del pasado, y llegué a la conclusión de que quería recuperar algo, cierta idea de sí mismo, quizá, que dependía de su amor a Daisy. Había llevado desde entonces una vida confusa y desordenada, pero si podía volver al punto de partida y revisarlo todo despacio, descubriría qué era lo que buscaba.
...Una noche de otoño, cinco años antes, paseaban por la calle, y caían las hojas, y llegaron a un sitio donde no había árboles y la acera era blanca a la luz de la luna. Se pararon allí y se miraron. Ya hacía frío y la noche tenía esa emoción misteriosa que se siente en los cambios de estación. Las luces silenciosas de la casa vibraban en la oscuridad y había un temblor, una agitación entre las estrellas. De reojo vio Gatsby que los adoquines de la acera formaban un camino que se elevaba hasta un lugar secreto, más allá de las copas de los árboles. Si subía solo, lo subiría, y una vez arriba podrá mamar de la ubre de la vida, tragar de la leche incomparable de la maravilla.

F. S. Fitzgerald

lunes, 12 de diciembre de 2011

El Gran Gatsby


¡Casi cinco años! Incluso aquella tarde tuvo que haber algún momento en que Daisy no estuviera a la altura de sus sueños, no tanto por la culpa de la propia Daisy, sino por la colosa vitalidad de su propia ilusión. Su ilusión iba más allá de Daisy, más allá de todo. Y a esa ilusión se había entregado Gatsby con una pasión creadora, aumentándola incesantemente, engalanándola con cualquier pluma que cogiera el vuelo. No hay fuego ni frío que pueda desafiar lo que un hombre guarda entre los fantasmas de su corazón.
Mientras yo lo observaba, se recompuso perceptiblemente. Su mano cogió la de Daisy, ella le dijo algo al oído y, al sentir su voz, Gatsby se volvió a mirarla, emocionado. Creo que aquella voz era lo que más lo subyugaba, con su calidez febril y vibrante, porque no cabía en un sueño: aquella voz era una canción inmortal.

martes, 29 de noviembre de 2011

La Náusea Pt. 2


Permanecimos un momento silenciosos. Cae la noche; distingo apenas la
mancha pálida de su rostro. Su vestido negro se confunde con la sombra que
invade la habitación. Maquinalmente tomo la taza donde queda todavía un poco
de té y la llevo a los labios. El té está frío. Tengo ganas de fumar, pero no me
atrevo. Siento la impresión penosa de que no tenemos nada más que decirnos.
Todavía ayer pensaba hacerle tantas preguntas: ¿dónde había estado, qué había hecho, a quién había conocido? Pero esto me interesaba sólo en la medida en que Anny se hubiera entregado con toda el alma. Ahora perdí la curiosidad: todos los países, todas las ciudades por donde ha pasado, todos los hombres que le han hecho la corte y que quizá ella ha amado, todo eso no importa, todo eso le es en el fondo tan indiferente: pequeños destellos de sol en la superficie de un mar oscuro y frío. Anny está frente a mí, hacía cuatro años que no nos veíamos, y no tenemos nada más que decirnos.
—Ahora —dice Anny de golpe— debes marcharte. Espero a alguien.

J. P. Sartré

domingo, 23 de octubre de 2011

La Náusea


¿Es siquiera posible pensar en alguien metido en el pasado? Mientras nos amamos, no permitimos que el más ínfimo de nuestros instantes, el más leve de nuestros pesares se desprendiera de nosotros y quedara rezagado. Nos lo llevábamos todo, y todo permanecía vivo: los sonidos, los olores, los matices del día, los mismos pensamientos que no nos habíamos dicho, no cesábamos de gozarlo y padecerlos en el presente. Ni un recuerdo; un amor implacable y tórrido, sin sombras, sin perspectivas, sin refugio.

J. P. Sartré

miércoles, 17 de agosto de 2011

Conferencia sobre Ética


Porque lo único que yo pretendía con ellas era, precisamente, ir más allá del mundo, lo cual es lo mismo que ir más allá del lenguaje significativo. Mi único propósito -y creo que el de todos aquellos que han tratado alguna vez de escribir o hablar de ética o religión- es arremeter contra los límites del lenguaje. Este arremeter contra las paredes de nuestra jaula es perfecta y absolutamente desesperanzado. La ética, en la medida en que surge del deseo de decir algo sobre el sentido último de la vida, sobre lo absolutamente bueno, lo absolutamente valioso, no puede ser una ciencia. Lo que dice la ética no añade nada, en ningún sentido, a nuestro acontecimiento. Pero es un testimonio de una tendencia del espíritu humano que yo personalmente no puedo sino respetar profundamente y que por nada del mundo ridiculizaría.

L. Wittgenstein

viernes, 5 de agosto de 2011

Sobre el Dolor del otro


¿Puedo observar el dolor de alguien
sin sentir con él tristeza?
¿Puedo contemplar el pesar de alguien
sin intentar aliviarlo?

¿Puedo observar la lágrima derramada
sin compartir el dolor?
¿Puede un padre ver a su hijo llorar
sin someterse a la pena?

¿Puede una madre escuchar indiferente
el lamento de un niño, el temor de un infante?
¡No, no! ¡Imposible!
Nunca, eso jamás será posible.

¿Puede aquel que a todo sonríe
oír los gemidos del ave?
¿Escuchar a sus pequeños pesarosos y necesitados?
¿Escuchar el llanto de los niños que sufren?

¿Sin sentarse junto al nido
rociando de piedad sus pechos?
¿Sin sentarse junto a la cuna
vertiendo llanto sobre las lágrimas del niño?

¿Y no pasarse día y noche
secando nuestras lágrimas?
Oh, no, eso jamás será posible.
Nunca, nunca será posible.

Nos reserva a todos su alegría;
se transforma en joven;
se transforma en hombre compasivo.
También él siente dolor.

Piensa que eres incapaz de suspirar un suspiro,
sin que tu hacedor no esté a tu lado;
Piensa que no puedes llorar una lágrima
sin que tu hacedor no esté llorando.

Ah, nos otorga la alegría
que destruye nuestras penas.
Hasta que nuestro dolor se haya vaciado,
junto a nosotros se lamentará.

W. Blake